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El termidor: la posibilidad del retroceso

La visión desde el materialismo histórico distingue entre la esfera económica y esfera política, aquella contiene la forma en la cual el organismo colectivo humano, a pesar de sus múltiples individualidades, genera nuevas fuerzas productivas sociales, mientras que la segunda esfera contiene la posibilidad de transformación genética, ya sea abandonando tipos o modos de relaciones sociales o transformando las formas estatales.


El problema es que el proceso de transición vigente se da en los términos de relaciones de clase dominante, lo que vuelve necesaria una superestructura comunicacional que justifique sistemáticamente la forma de explotación y de apropiación privada de la producción social. De tal manera que se crea una brecha de combate ideológico que puede entorpecer, retrasar o, bien, destruir un proceso de transformación. Como dice Walter Benjamin, si bien todo momento contiene una potencia revolucionaria, también existe un constante peligro de terminar beneficiando una vez más a los vencedores.


Dicho combate ideológico es enunciado, no en tanto idealismo desfasado de la realidad sino como operatividad o praxis subjetiva de lo objetivo-material mismo, como metabolismo unitario entre la especie humana en tanto naturaleza, no de forma contemplativa sino como proceso.


Así, a cada Modo de Producción Histórico (MPH) le corresponde una formación específica, situada en su circunstancia histórica precisa y su efecto en la combinación de elementos sociales bajo cierta impronta civilizatoria, si el MPH se refiere a términos anatómicos generales, la Formación Económico-Social (FES) nos habla de la vida orgánica específica que se cristaliza bajo distintos Sistemas Sociales Históricos (SSH).


Es crucial comprender el tipo de cambio o mutación de SSH es el que estamos viviendo, resulta que las FES pueden contener diferentes combinaciones de MPH en su interior, así, podemos detectar cambios sustanciales aunque estos se lleven a cabo dentro de la misma civilización (pensemos en la transición intercapitalista entre la libertad de mercado y el control oligopólico a principios del siglo XX). Estos serían cambios de fase internos. La hipótesis para el siglo XXI es que los cambios que se están generando son de carácter externo, o dicho de otra manera, el cambio de fase no solo busca la transformación de MPH sino de la FES misma. En ese momento se alcanza el limite civilizatorio y las condiciones de mudanza comienzan a imprimir su rigor.


En suma, cuando vemos la combinación de crisis generales en ambas esferas de la realidad social y ahora también en la natural, nos encontramos bajo las condiciones de mutación de civilización. Se inaugura un periodo de revolución. Esta apertura entraña, pues, el riesgo de habilitar pseudo-soluciones que terminan por inhibir el inminente cambio de forma. Es entonces que se activa el sistema de defensa ideológico de la agonizante sociedad. Se generan trampas y mecanismos para extender el viejo poder lo más que sea posible.


A las evidentes fuerzas de retroceso (la clase dominante que va de salida) se le suma el riesgo de las capas que pertenecen a la clase dominada, pero que se encuentran cercanas al proceso político de cambio estatal operen como fuerzas de retroceso puesto que también pierden de vista la potencia alcanzada en la esfera económica, no buscan conscientemente el cambio de fase sino tomar el control de la relación de dominio establecida (al menos el derecho a gestionar el estado para negociar con las empresas trasnacionales). El problema es que este proceso puede ocurrir incluso dentro del propio movimiento de cambio.


Se detiene el tiempo, ya no por el lado de la clase dominante (o lo que se entiende comúnmente como la derecha), sino por el lado de la clase dominada que accede al control estatal y genera una nueva ortodoxia en donde se pierde de vista la transformación y se opera en torno a la restitución del estatus quo (aunque este cambie efectivamente de manos). Es entonces que surge el termidor o fuerza que pone en riesgo la posibilidad de superación.


De esta manera tenemos que la radicalidad del movimiento no se basa en el grado en el uso de la violencia o la velocidad para efectuar cambios sino como aquél que acompasa su estrategia comprendiendo el ritmo cíclico existente entre la esfera política y económica, es entonces que tiene la posibilidad de ver las potencias de transformación puestas por la trayectoria histórica del propio sistema hasta ese momento vigente.


El termidor, pues, no necesariamente está en la oposición política, en los países dominados, como es el caso de América Latina, las élites son tributarias del poder global en tanto mantienen la agencia estatal para poder negociar, pero cuando el movimiento social les separa de esta área de influencia entonces se vacían de poder. Esto lleva el foco de peligro al propio movimiento de izquierda. El termidor surge dentro del mismo movimiento progresista.


Pareciera ser que la última venganza del sistema ideológico dominante es activar la inercia de la mentalidad colonial de súbdito: el sueño de convertirse en el dominador.


En América Latina ha quedado de manifiesto cómo la mejora en los indicadores económicos tradicionales no significa la posibilidad de continuar con los procesos de cambio ya que son interrumpidos por una derechización. La revolución precisa un cambio de conciencia para apuntar hacia el momento radical de transición. La democracia liberal, por ello, ha logrado mediante sus mecanismos de desmovilización y de ciclos electorales construir la capacidad de confundir a los votantes y hacerles elegir una nueva versión de la vieja estructura. Es, además, difícil condensar en opciones electorales la complejidad de los procesos de transición que, además, se encuentran bajo la combativa resistencia del capital.


Por tanto, para ejecutar el salto hacia adelante es necesario también transformar el Modelo Ideal (MI) de referencia que habilita las narrativas de la transformación política. El termidor, en última instancia, permite distinguir con relativa claridad el resto de los elementos que hay que abandonar y los nuevos que habilitar para comenzar la construcción de una nueva fase histórica.





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